Falleció el ministro del interior y desde la simpleza de redes surgieron las más tristes miserias humanas. Los que dijeron «criticaron tambores y no denuncias aglomeraciones». Y si, capaz alguna mala palabra me como pero no es lo mismo aglomerar en defensa de la «cultura rebelde» y la despedida a alguien que pasó a ocupar un cargo clave en el nuevo tiempo de pandemia que cuando asumió era inseguridad y cuando terminó era de un virus que hasta hoy no se conoce.
La grieta social que envidiamos de Argentina ha llegado a un extremo en que todo vale. La agresión, en redes no personal porque no se aguanta la toma, la difamación sin medir consecuencias, lastimar y esconder la mano, es receta válida para defender ideologías inexistentes.
Se reclaman contenidos, seriedad, responsabilidad y en la primera de cambio nos subimos a la marea del destrozar familias. No importan padres, hijos, abuelos, nietos, amigos. No importa nada. El gran desafío es el la crucifixión pública en la plaza más importante de la comarca. Tan bajo caen los autores de irrepetibles de comentarios fascistas de la muerte de Larrañaga como los autores de una campaña difamatoria con audios y videos. Lo triste es ver que la mayoría de los autores denunciantes son perfiles truchos que algunos inteligentes desconocidos compartieron. La grieta se profundiza pero no en un nivel alto sino en el más bajo que nuestra mismísima humanidad nos ofrece.